¿Quién eres? Esa pregunta tintineaba en mi cabeza una y otra vez, dejándome inquieta por el resto del día.
La noche anterior, me había despertado sobre las dos de la madrugada con esa pregunta: ¿Quién eres? La había escuchado tan nítida, tan clara, que fui incapaz de volver a dormir después. Esas palabras ronroneaban en mi mente como un desafío. Quizás era una oportunidad para indagar en mí, para descubrir quién era la que gobernaba mi vida: mis miedos, mis creencias o la parte de Mia que aún estaba sin explorar.
Esa indagación interna sobre quién era yo, Mia. Esa parte rebelde que empujaba a salir, que invitaba a ¡VIVIR! ¡Sí, a vivir!
En un momento de mi vida, había decidido irme a vivir a Riviera (Málaga). Quizás por esas ansias locas de romper con todo lo conocido, opté por irme a vivir fuera de Lugo, una ciudad que me cautivó, a la cual, desde niña, he amado. Es más, la sigo amando. Sin embargo, en aquella época, me sentía atrapada, presa, sin salida. Como la muralla que rodea todo el casco antiguo o el mismo río Miño con su impresionante paisaje que la circunda. Había dejado de disfrutar de su gente, de su belleza. Me sentía encadenada. Me fui dejando todo: familia, trabajo…
Me fui para reencontrarme. ¿Con quién? Conmigo misma, es decir, con Mia, para descubrir qué tenía que mostrarme. Pues esa pregunta me seguía intrigando…
La mágica Riviera me atrapó: sol, playa, calorcito y, también, montaña y recogimiento, soledad… Todo ello regado con mucho miedo. Todo formaba parte de la montaña rusa en la que estaba subida.
Había una dicotomía entre Mia y yo. Tenía la sensación de que habitaban dos personas en mi mente.
Mente ―¿Qué quieres?
Mia ―¡Vivir, disfrutar!
Mente ―¿Estás loca?
Mia ―Quizás.
Mente ―¡Tienes hijos!
Mia ―Sí, y por ellos lo hago.
Estas conversaciones eran constantes entre mi cerebro y mi corazón. Cuando ganaba la mente, me frustraba y volvía a conectar con la tristeza, las dudas…
A veces, salía a caminar, a descubrir Riviera, Fuengirola o Marbella. A conocer su gente, sus rincones, sus patios y su alegría, su luz.
Un día, cogí el tren de Fuengirola a Málaga, paseé por su centro, caminé por sus calles.
¡Wow! Me enamoró.
Aún con miedos y con dudas, seguía descubriendo rincones de luz, de pura magia y belleza.
Una vez, caminando por Riviera, por sitios que desconocía, me encontraba con lugares sin salida. Necesitaba recular, volver atrás y empezar de nuevo… Reflexioné y me pregunté:
¿Cuántas veces había empezado de nuevo?
¿Cuántas veces la vida, los lugares, me mostraban un nuevo camino?
¿Cuántas veces la vida misma me mostraba la fortaleza interna, esa fortaleza que me impulsaba a seguir?
He buscado en los libros respuestas a mis dudas. He leído con pasión en busca de la verdad, esa verdad que intuyes en el corazón, esa verdad que se había mantenido oculta, quizás por miedo al cambio y que mi familia más cercana desconocía.
Para ellos, todo era esfuerzo y sufrimiento. Es más, cada vez que pasaba días con ellos, todo en mí era enfado y amargura. Ellos creían que la vida que les había tocado era simplemente eso: ¡vivir!
Ufff… Eso me generaba angustia.
Estaba en total desacuerdo con esas creencias. Para eso me alejé de todo. Para eso quise empezar de cero y descubrir una nueva forma de ver el mundo, de vivir en este mundo. Para mí, vivir día a día de esa forma, con tanto dolor, representaba la muerte en vida. Una agonía.
¡No!
Los libros fueron mi refugio. Ya lo habían sido desde niña. Mi tabla salvadora. A ellos me aferraba cuando me fallaban las fuerzas.
Recordé una excursión que hice a la montaña, a un alto en los Ancares gallegos/leoneses, con unas amigas. Había niebla y, según ibas ascendiendo, con recelo y con miedo, la niebla se disipaba… Como la vida misma. Otra vez la naturaleza mostrándome el camino. La confianza. Cuando confías y escuchas al corazón, el camino aparece. No sabes muy bien por qué, pero sabes que estás en el lugar correcto.
En otra caminata, fuimos a ver una cascada en Fonsagrada (Lugo). Subimos montaña arriba para encontrar la carretera. Hubo momentos en los que la maleza nos cubría por completo. Volver atrás se hacía peligroso por el desnivel y la dificultad del terreno. Como en la vida misma. Creemos que estamos solos, que no podemos…
Aprendí que, en compañía, avanzamos más. Que cuando a una le falla la confianza, ahí está su compañera empujándola a dar un paso más. Y que, a la vez, podemos ser el sostén cuando le falta la confianza a nuestra compañera.
Todos estos recuerdos de Lugo, de las caminatas y subidas a las montañas, volvieron a mí con fuerza para darme el valor que a veces me fallaba. Para recordarme que sí podía.
Esos recuerdos me impulsaron a seguir indagando. La pregunta volvía con fuerza: ¿Quién eres?
Y yo carecía de esa respuesta que anhelaba.
Cada día me miraba en el espejo del baño intentando descubrir quién era. En mi favor diré que mi mirada carecía de afecto, de ternura…
La imagen que el espejo devolvía era un misterio. Hasta que aquellas 48 palabras que conmocionaron el mundo condicionaron mi mundo. ¡Qué pasión, qué poderío! Cuánta sabiduría ancestral contenida en un libro.
Lo leí y releí. Y cada vez que lo abría, era como si lo leyese por primera vez, como si sus palabras estuviesen escritas para mí. Y así era. En ellas estaba la clave de mi por qué y de mi para qué.
Respiré muy profundo, sentada en la terraza del apartamento. Justo delante de mí, había un gran pino. Lo adoraba, pues, a la vez que me daba intimidad, me protegía con su sombra. Otra vez la naturaleza mostrándome el camino. Cuidándome, diciéndome que estaba a salvo. Todo está bien.
Volví a respirar, a conectar con las señales internas, escuchando a los pájaros posados en el pino, sintiendo la brisa en la cara, observando el movimiento de sus ramas con su aroma refrescante. Me di cuenta de que estaba en mi paraíso particular. Mi rincón; ese rincón en el que cada día elegía salir al mundo o esconderme. Y todo era perfecto tal cual. Y volvió la pregunta a mí de súbito:
―¿Quién eres?
Y, por primera vez, me contesté: Soy Mia.
―Mia, ¿qué?
¿Quién era esa Mia? El personaje que había asumido, la que se cuestionaba todo, quizás la que se sentía juzgada, quizás la que necesitaba ese abrazo o la que juzgaba cuándo algo se salía de sus normas. Cuántas partes de Mia en una sola vida o cuántas Mías había en una sola persona…
Demasiados, quizás, más algo había cambiado. Mi respiración se tornaba más tranquila, más en paz. Descansaba mejor.
Me miré en el espejo, escudriñando mi cara, los gestos; observando, solo eso, observando y pude empezar a sentir una amorosa ternura por la imagen allí reflejada. Pude sentir a esta Mia con paz.
¿Que quien era? Era hija, madre, en algún momento fui pareja de; fui víctima y fui verdugo, fui juzgada y juzgue….fui todo eso y lo acepté. Sin pelearme conmigo, acepté todo lo bueno y lo mejor que habitan en mi, pues decidí que nada había sido error, solo piezas del puzle de mi vida.
La ternura volvió con fuerza, las lágrimas empezaron a rodar solas. A mí, que en algún momento represente el papel de escarlata en lo que el viento se llevó ¡jamás me verán llorar! Aunque yo lo modifique por ”lo que el viento no se pudo llevar“.
Allí estaba, permitiendo a las lágrimas rodar libres, sin cortapisas y ellas hicieron su labor; rodaron libres, lavando mi cara a la vez que limpiando mi alma.
Volví a recordar el río Miño a su paso por Lugo, me comparé con sus aguas: a veces parecen tranquilas y en otras tienen tanta fuerza que te intimidan.
Y así me he sentido yo, a veces con una fuerza que siento que puedo con todo y otras voces disfrutando con la calma que siento.
Cuando creí que ya entendía todo, la vida me volvió a mover, a seguir las señales. Fue una decisión que me costó tomar, volver para Lugo desde luego estaba fuera de mis planes más también sabía que la vida te saca del lugar al cual has dejado de pertenecer, y lo puede hacer con suavidad o a empujones.
Volví para Lugo, a vivir en la ciudad que he elegido, a disfrutar de sus calles, a saborear sus tapas, volví a reencontrarme con amigos, y conocer otros nuevos, a caminar por su muralla romana, a correr por ella al amanecer, volví para hacer el camino primitivo de Santiago.
¿Qué cambió? Cambié yo, en Málaga asumí retos, me atreví a salir, a caminar, asumir situaciones que antes evitaba. Málaga fue mi refugio y mi sanación, fue un antes y un después.
―¿Quién eres?
―Soy todo lo vivido y soy todas las partes de mi que me han traído hasta aquí. Sin todo ello, quizás ahora no existiría.
―¿Quién eres?
―¡Soy yo!